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lunes, junio 11, 2007,20:15
Fragmentos de recuerdos de la memoria IV


Si estás leyendo esto y no sabes de qué va, pásate antes por aquí.



IV


Hoy debía salir todo bien, era más que necesario, era vital que así sucediese. Después de unas intensas semanas de trabajo, por fin ya teníamos todo avanzado y podía permitirme un pequeño respiro y salir un poco. Esta edición no era un trabajo cualquiera y todos lo sabíamos. Llevábamos más de medio año con el proyecto entre las manos y ahora que todo parecía que iba a ver la luz muy pronto, no podía creérmelo. En el mercado editorial español no podían llevarse acabo lujos respecto a las ediciones de los clásicos y por ello apenas sacábamos un par de ediciones al año, quizá tres si recibíamos alguna ayuda de otras editoriales. En este caso la edición crítica que preparábamos de las Rimas sería la más rigurosa de todas hasta el momento ya que añadiríamos varios estudios realizados por eminentes expertos sobre Bécquer y que expresamente los realizaron para nosotros gracias unos buenos contactos. Era duro combinar este proyecto con una relación más o menos estable como era la nuestra. Por eso hoy debía salir todo perfecto. Se lo debía. Hacía más de dos meses que no podíamos estar un fin de semana solos, sin trabajo ni presiones de por medio y hoy le pagaría con creces todo lo aquello que sabía que le pertenecía.

-Me pregunto qué hace sola en esta acera una chica tan guapa como tú - habló una voz detrás de mí.

-Pues esperando al tardón de mi caballero andante -dije mientras me giraba y su voz y sus labios entraban en mi cuerpo-, pero parece que se ha retrasado y puede que tú me puedas servir de algo mientras llega.

-Lo siento -se excusó cuando sus ardientes labios se separaron un instante de los míos-, pero es que no conseguía hacer el nudo de esta maldita corbata y no podía dejar de satisfacer los deseos de mi amada.

-Qué bobo eres… -le sonreí.

-Un bobo con otra boba, bonita pareja, ¿no crees?

Esa noche había reservado una mesa en el restaurante donde él me llevó la primera vez que quedamos para salir. «Sólo trabajo», fue lo que me dijo para convencerme y lo único que necesitaba oír para que le acompañase a cenar. Pero acabamos viendo el amanecer en un banco del parque que hay junto al río que divide la ciudad, muy acurrucados y muertos de frío y cansancio. Y aunque sabía que hoy la noche debía de ser sólo nuestra, no pude no invitar a Rebeca y a Héctor, nuestros mejores amigos, a los que tan descuidadamente tratábamos. Hacía meses que no salíamos los cuatro juntos y durante las últimas semanas Rebeca me había dejado un par de mensajes para que quedásemos un día, y ya iba siendo hora de volver a recuperar las viejas tradiciones y averiguar si había algo más detrás de la insistencia de sus palabras.

-Me encanta ese vestido, se nota que lo pagué yo -dijo mientras nos metíamos en el coche.

-Éste no fue el que tú me regalaste -le reprendí-, es nuevo y me lo he comprado expresamente para hoy.

-¿Y qué más te has comprado? -preguntó con esa mirada que siempre conseguía cautivarme.

-Eso lo deberías descubrir luego, ¿no crees?

-Sin duda -contestó mientras giraba las llaves y el rugido del motor surcó la noche.

Las arterias de la ciudad a esa hora no presentaban un gran número de vehículos. El trasiego de viandantes se reducía considerablemente en cuanto la noche entraba y lo cubría todo. De cuando en cuando se veían grupos de jóvenes adolescentes, ebrios de felicidad, que caminaban en busca de algo que, pronto se darían cuenta, nunca iban a encontrar.

Costaba creer que ya llevásemos algo más de año y medio juntos. Todo había sido demasiado fugaz e intenso y ni yo misma podría creerme que había encontrado al hombre de mi vida escondido en un tipo como él. Pero sus caricias, palabras y gestos valían más que todo lo demás. Ahora nuestras vidas giraban en torno a la del otro y sabía que los dos nos habíamos acostumbrado tanto a nuestra presencia que sin ella estaríamos perdidos en un mar sin islas a la vista.

-Llegáis tarde… -nos dijo Héctor en cuanto aparecimos en el restaurante-, Pero bueno, al menos habéis llegado.

-Problemas con esta dichosa corbata -le contestó mientras estrechaba amistosamente su mano.

-Estás preciosa Lydia -me dijo dándome dos besos.

-Tú sí que estás preciosa -respondí cortésmente a Rebeca-, como siempre.

Héctor y Rebeca empezaron a salir juntos hacía más de tres años. Héctor era médico de familia en un hospital de la ciudad y Rebeca una arquitecto que tenía demasiadas jaquecas a lo largo del año. Algunas historias comienzan así, con la enfermedad y la rutina, para acabar convirtiéndose en algo bonito, en algo muy especial que todo lo llena. Se fueron a vivir juntos al medio año de empezar a salir y se casaron en julio del pasado año. Desde esa época ambos se trasladaron a las afueras de la ciudad, a una casa en la que poder criar tranquilamente a sus hijos en un futuro no demasiado lejano.

-Os tenemos que dar una noticia -anunció Héctor mientras cogía la mano de su esposa.

-¿Cuál? -pregunté con un vuelco de mi corazón.

-Estoy embarazada de seis semanas. Pronto llegará a este mundo un hijo nuestro.

-¡Lo sabía!, ¡algo en mi interior me lo decía! -dije emocionada.

-Enhorabuena a los dos. Ahora tendréis que evitar las caras cenas y gastároslo todo en pañales, pero aún así es una muy buena noticia.

-Gracias, queríamos que fueseis de los primeros en enteraros y también deciros que los dos deseamos que seáis los padrinos de nuestro futuro hijo -comentó Héctor.

-Sí -continuó Rebeca-, no conocemos a nadie mejor que vosotros dos para que puedan ejercer de padrinos para nuestro hijo.

Mi amistad con Rebeca se remontaba a la época en la que mis hormonas despertaban de su letargo y mis coletas desaparecían. Tuvimos nuestras épocas buenas y no tan buenas, pero lo superamos casi todo juntas. Con el pasar de los días, meses y años ella se convirtió para mí en la hermana que mis padres me negaron y yo para ella fui la hermana en la que siempre podía confiar. Héctor me cayó bien desde el principio, su ternura y su sonrisa me daban una confianza que no todas sus anteriores elecciones me habían dado. Ella no necesitaba mi aprobación y lo sabía, pero siempre mis indicaciones sobre ciertas actitudes de sus parejas le habían sido de ayuda, o al menos así me lo había agradecido. Y la verdad es que me parecía fantástico que culminaran su matrimonio con un hijo, eso era lo que yo deseaba en mi relación y esperaba que no tardase demasiado en verlo cumplido.

-¿Vamos a tomar la penúltima? -preguntó Héctor al salir del restaurante.

-¡Ni hablar! -exclamó Rebeca- mañana tienes consulta a primera hora.

-Una copa no hace daño a nadie, ¿no creéis? -nos preguntó.

-Mejor otro día -respondimos al unísono.

Después de la cena ninguno de los dos estábamos en condiciones óptimas para conducir, así que decidimos llamar a un taxi que nos acercase a casa. En la espera nos abrazamos. Él cubría mi cuerpo con el suyo, como si mi cuerpo fuera el suyo propio y nada le fuera ajeno. Y yo le dejaba hacer mientras esperábamos y cuando las primeras gotas de lluvia rozaban el asfalto me vino a la cabeza una canción que hacía años que no escuchaba. A veces a momentos muy concretos de mi vida iban ligadas canciones que perduraban en mi memoria y me hacían recordar y ser recordada en ellas. En el momento en que el taxi nos iluminó recordé de pronto el nombre de aquella canción, aquella canción que escuché por primera vez en mi adolescencia tardía, se titulaba Romeo and Juliet. No importaba demasiado el grupo ahora, ya lo buscaría después entre la multitud de discos que tenía, pero esa melodía me acompañó todo el viaje de vuelta hacia casa.

Normalmente era yo la que me quedaba a dormir en su casa, raras veces él hacía lo contrario. Y aquel día no fue una excepción. El motivo para aquello supongo que tenía que ver con que su piso era bastante más grande que el mío y su cama también. Pero por otra parte yo no estaba muy segura de que él se sintiese cómodo en mi pequeño apartamento del centro de la ciudad.

-Hemos llegado princesa -me susurró al oído.

-¿Ya? Creo que me he dormido… -respondí mientras me apartaba el pelo de los ojos.

-Siempre has sido una dormilona -bromeó.

-Y tú también -sonreí-, no lo olvides.

En cuanto la puerta estuvo cerrada nuestros abrigos se toparon con el suelo y nosotros nos dejamos llevar por el torbellino de pasión que ya casi parecía olvidado. Nuestros cuerpos se buscaban, ansiaban el contacto de la piel contra la otra piel, de las caricias y de todas aquellas sensaciones que tanto nos agradaban.

Antes de que fuera demasiado tarde le fui llevando por el pasillo, sutil y lentamente, hasta su habitación. Su cuerpo era mío y yo entera de él. Ambos en silencio pero diciéndonoslo todo, como tantas veces hiciéramos, como tantas otras después. Él me inclinó suavemente y me tumbó en el blando colchón, encima de aquella colcha azul oscura, tan suave y suya, que no paré de agarrarme a ella hasta que todo terminó.

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Escrito por bydiox
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3 Comentarios:


  • Escrito a las 11/6/07 20:51, Anonymous Anónimo

    lo siento. demasiado latin que estudiar como para leerme esto xD

    solo paso a saludar ^^

    besoooos!

     
  • Escrito a las 12/6/07 02:57, Blogger XiMeNiTa

    jijiji dormilonas es tan rico la camita ironicamente comentado buen texto me gusto :>

     
  • Escrito a las 12/6/07 10:11, Anonymous Anónimo

    Ais... que largo es esto...


    Con respecto al título me debato en poner o no poner la tilde... pero supongo que acabaré quitándola para que el juego quede más evidente...